Parece que lo hubiera leído en un cuento en mi infancia, o tal vez leído en una columna de algún periódico. La situación a la que nos enfrentamos el día de hoy en nuestras ciudades nos llegó con avisos es verdad. El primero en anunciarlo fue nuestro presidente. No teníamos una idea de las dimensiones que este monstruo llamado terrorismo de guerrillas tomaría.
Hasta el día de hoy. Vemos como el gobierno de nuestro vecino se ha dignado voltear a vernos y según ellos ayudarnos a resolver un problema que ellos nos causan. Claro está que cada quien su parte. Pues a ellos no podemos culparlos de los males de nuestra burocracia, de nuestra indiferencia, de nuestra corrupción así como de nuestra falta de patriotismo a través de nuestra historia desde que la viruela acabo con el Imperio que aquí existía.
Vaya muestras de patriotismo las que nos enseñan nuestros vecinos a cada momento. Para ellos las leyes funcionan pues las aplican de manera general. Como escuche decir alguna vez una persona muy querida para mi “Sr. Oficial, la ley debe ser como la muerte….Igual para todos”. En ese momento debo confesar que me dio risa, pero ahora me doy cuenta que eso es una muestra de ser gran patriota. Nuestra historia está repleta de situaciones en donde los norteamericanos defienden hasta sus últimas consecuencias las agresiones a sus ciudadanos dentro y fuera de su territorio. Aunque a veces ellos provoquen una situación, no es válido el uso de la violencia solo por verse descubierto o querer seguir operando impunemente al margen de la Ley, eso se llama cobardía.
Al día de hoy. Recibimos correos de cómo comportarnos ante una situación de secuestro, acoso, balacera…… y así sigue la lista. Yo veo esto como dar aspirinas a un condenado a muerte, teniendo la cura en nuestras propias manos. Parece mentira que hoy me siento más seguro en el Distrito Federal que en mi muy querido Monterrey.
No creo ser el único al que le incomoda no poder ir con tus hijos al parque, al centro comercial, de paseo por las calles, ó salir de viaje. O al menos no hacerlo con aquella tranquilidad que ahora nos damos cuenta hemos perdido.
¿A que estamos condenados?
¿A soportar esta situación de guerrilla, y hacer de cuenta que no pasa nada hasta e indignarnos cuando suceda de nuestro lado de la barda en nuestras casas?
¿A seguir pensando que nuestros hijos son incapaces de hacer fechorías y optar por no tocar el tema por no incomodarnos a nosotros como padres?
¿A seguir ejerciendo nuestro voto sin revisión de programas de trabajo y sustentar nuestro sufragio en promesas de campaña y jugar a que votamos cada período de elecciones?
En fin. La lista de las incongruencias sigue.
Cierto día, llevando a mis hijos a la escuela, me pregunto mi hijo mayor. Papá ¿Por qué en México no vivimos como viven los Ingleses, los Franceses, o los Alemanes? Me quede pensando un y mi respuesta fue: Hijo, Si en México gozáramos del tipo de educación, de la forma de pensar acerca del trabajo, nos enseñaran a generar negocio con nuestras habilidades, a cuestionar a quien no está haciendo su trabajo, a no hacernos de la vista gorda cuando alguien comete un ilícito para que no nos digan nada cuando nosotros nos veamos en la necesidad de ello…..entre otras cosas. Seguiremos siendo México como hasta el día de hoy.
Hay quienes han abandonado este país y sus motivos muy fuertes han de tener. Pero creo que esa no es la mejor salida, No podemos irnos, huir de nuestro destino. En la antigüedad, en tiempos de guerra todo el pueblo tenía que participar apoyando a quienes estaban en el frente defendiendo al pueblo, aldea, ciudad, o reino. El herrero trabajaba fuertemente fabricando armas, el ganadero enviaba ganado y cerdos para alimentar a los guerreros y bestias de carga para hacer llegar los cargamentos, Las mujeres enviaban ropa, medicamentos, ungüentos, leña, etc. Los comerciantes apoyaban con sal, grasas, harinas, en fin, alimentos para los guerreros. Todos absolutamente todos cooperaban sabiendo aun que podían perder la guerra. ¿Pero que pasaba con aquellos que decidían no contribuir con la guerra? Muy sencillo. Solo dos opciones. Si se perdía la guerra, eran los primeros en huir y quedarse sin patria, sin dinero, sin tierra, condenados a hacer sufrir a su familia por su temor y su indecisión pues iban a ser señalados siempre. Si se ganaba la guerra, los botines se repartían entre todos los participantes activos, y se le deba preferencia y apoyo a aquellos que habían dado su apoyo de una u otra forma. A quienes no apoyaron no se les permitía ninguna concesión de ninguna clase ni derechos que no había generado.
Condenémonos a seguir aquí, trabajar aquí, estudiar aquí, progresar aquí, generar negocio aquí, y porque no morir aquí y cambiar nuestro concepto de patriotismo. A encontrar juntos la salida de este pasillo en el que debemos estar sólo de paso.